Digámoslo desde ya: Lo imposible es, seguramente, la película más grande de la historia del cine español. Estrellas internacionales en su reparto, veinticinco semanas de rodaje en diversos continentes, 30 millones de presupuesto, más de cinco minutos de ovación en el Festival de Cine de Toronto, firme candidata a los Oscar de este año… Ninguna otra película española puede comparársele (bueno, según boxofficemojo.com, Ágora, de Alejandro Amenábar, costó 70 millones, pero creo que era un co-producción… y además, ¿quién demonios se acuerda de esa película? Es más, ¿quién se acuerda ya de Alejandro Amenábar?). Es tan grande que, de hecho, y por más que esta frase moleste a mucha gente, no parece española.
Las comparaciones con Amenábar no son gratuitas ni las hago por pinchar (bueno…): el director de Lo imposible es Juan Antonio Bayona, que hace cinco años pegó el pelotazo con su primer film, El orfanato, aquella excelente película de fantasmas tan deudora de Los otros de Amenábar, como ésta lo era de “Otra vuelta de tuerca” de Henry James. Ambos probablemente sean los cineastas españoles mejor considerados y reconocidos en el extranjero (sí, sí, mucho Almodóvar, pero si no ha rodado nada allí será por algo… mientras otros, como Jaume Collet-Serra, que en su propia tierra es un absoluto desconocido, vive la mar de cómodo en Hollywood siendo un hábil artesano, como prueban las más que eficaces La huérfana o Sin identidad).
Pero allí donde Amenábar pinchó con su película grande, Bayona tiene todas las de arrasar (…y quien quiera terminar el chiste, que lo haga). Y es que su material de partida no podía ser sino un caramelo (envenenado, sí, también) para un cineasta: la historia real de una familia española que se vio envuelta en el terrible tsunami que asoló el sur de Asia en las navidades de 2004, un matrimonio y sus tres hijos que, contra todo pronóstico, acabaron reencontrándose apenas tres días después de ser separados por el desastre (lo imposible, vaya). Un tema que el cine actual apenas si ha mencionado de refilón (sólo Clint Eastwood lo mostró en el espectacular comienzo de su Más allá de la vida). Y esto es lo que ha decidido contar Bayona en su SEGUNDA película. Y pongo segunda así, en mayúsculas, porque parece increíble que lo sea, dado que el cineasta español logra no sólo una madurez narrativa y visual muy poco habitual en un director tan joven, sino una cima cinematográfica que, difícilmente, logrará nunca superar (que se lo digan a Orson Welles…).
Los diez minutos que muestran con todo lujo de detalles el tsunami, desde su comienzo arrasando el hotel donde se aloja la familia protagonista, a la agónica lucha de Maria (Naomi Watts) y su hijo Lucas (Tom Holland) por mantenerse a flote y no separarse mientras son arrastrados por los implacables torrentes, son sin duda alguna los momentos más tensos, agobiantes, y espectaculares del cine reciente, donde el espectador no sólo se revuelve en su butaca, absolutamente desesperado, sino que siente, sufre, el dolor físico por el que pasan sus protagonistas (Maria bajo el agua, chocando contra todo tipo de muebles, maderas, y donde la rama de un árbol le atraviesa el costado, para luego desgarrarle la pierna), como si uno estuviera también allí, luchando por sobrevivir. Un portento de cine, pura imagen, y sentimiento, y dolor, y pasión.
No es de extrañar pues, que el resto del film no pueda mantener toda esa intensidad, por más que Bayona, inteligentemente centrado en el drama de la familia y no en la tragedia misma, regale algunas secuencias espléndidas, tan líricas (el niño que Watts y su hijo rescatan, acariciándole el cabello a la primera), como dramáticas (casi todas las que suceden en el hospital donde son llevados Maria y su hijo), apoyándose en su excelente equipo técnico, que van desde el impresionante diseño de producción patente en la reconstrucción del desastre, que es desoladoramente real (así como todo aquello que vemos en las secuencias submarinas), al montaje de Elena Ruiz, como se aprecia en la secuencia en el hospital donde Lucas se dedica a buscar nombres desaparecidos, y sin olvidar la fotografía de Óscar Faura, llena de color y, por extraño que parezca, olores. Mención aparte para la banda sonora de Fernando Velásquez, que si bien es excelente, acaba siendo explotada en demasía por Bayona, utilizándola para potenciar sus momentos más melodramáticos y asegurarse la lágrima de forma innecesaria, pues su capacidad emotiva ya estaba ahí más que de sobra. Es el error principal en el que cae el director, como si sintiera la necesidad de conmover a toda costa, de recalcar, de subrayar lo que ya ha expuesto (y en ocasiones, brillantemente) con anterioridad; a este respecto, la recuperación de algunos instantes del tsunami en forma de “sueño-flashback” en los minutos finales se erigen en lo peor del largometraje, por innecesarios y manipuladores.
Porque para mostrarnos todo el dolor, y la desesperación que recorre su historia, Bayona no necesitaba recurrir a la manipulación del espectador, dado el excelente plantel de actores que se encargan de ponerle cara a la tragedia. A diferencia de otras películas de catástrofes, que suelen tener un reparto coral repleto de estrellas (si creen que Roland Emmerich inventó la fórmula con cosas como El día de mañana o 2012, deberían echarle un vistazo a El coloso en llamas, de 1974, obra cumbre y fundacional del género), Lo imposible se centra en una familia de cinco miembros, y especialmente en la madre, una excelente Naomi Watts, cuya entrega, psicológica y física, es encomiable: nunca una estrella de cine ha pasado por tantas penurias como aquí, ni ha sido tan masacrada, ni ha mostrado su cuerpo tan destrozado, dolorido, sangrante. Le secunda Ewan McGregor, actor que me encanta y al que sin embargo, si no fuera un rudo escocés, le daría alguna leche que otra (no sé por qué… quizá por haber compartido cama con Eva Green, Nicole Kidman, Naomi Watts, Melánie Laurent, Hayley Atwell, Scarlett Johansson, y lo dejo que me pongo enfermo), en un papel secundario pero con una escena que debería contarse entre lo mejor de su filmografía: cuando Henry rompe a llorar hablando con su padre por teléfono. Y con ellos, tres niños brillantemente seleccionados, de los cuales sobresale Tom Holland, cuyo Lucas acaba erigiéndose en auténtico protagonista del relato. Sin experiencia previa en el mundo del cine, aunque bastante conocido en Londres gracias a su papel en la versión teatral de Billy Elliot, Holland cumple con creces las exigencias que conlleva ser la mirada con la que muchas veces se nos muestra la película, a través de sus ojos y experiencias, desde la fisicidad de la escena cumbre del tsunami a todas aquellas que le tienen de protagonista en el hospital. Su interpretación tiene un recorrido, un arco de niño a prematuro hombre, de una verosimilitud aplastante, y de una madurez actoral impropia no ya de un niño, sino de cualquier actor. Si el mundo fuera justo, Tom Holland tendría el próximo febrero un Oscar a Actor Secundario en su mesita de noche.
Afortunadamente, están esos actores para suplir las carencias del guión de Sergio G. Sánchez, que se encuentra con un problema fundamental: los personajes (el niño Holland aparte) están resueltos en pinceladas, vagamente. Bayona y Sánchez son conscientes, pues así lo han declarado, en que su interés era centrarse en el devenir de sus personajes, en una situación en la que es imposible detenerse, y pensar, sólo se puede actuar. Pero se echa de menos unos personajes más redondos, y sobre todo, unos diálogos más trabajados, que más que naturales acaban pareciendo casuales, como el prólogo que nos muestra las vacaciones de los protagonistas antes del tsunami, con algunas frases que son, sencillamente, horrendas. Así, los personajes van a la deriva (otro chiste, estoy que me salgo) y salen airosos gracias a sus actores y, sobre todo, a la intensidad y exigencia de las situaciones; pero cuando carecen de estas, se les notan las costuras: los desdibujados personajes de Geraldine Chaplin y mi amada Marta Etura, excelentes actrices pero totalmente prescindibles en este film.
Otro aspecto que chirría en el guión de Sergio G. Sánchez es su estructura, pues a los cincuenta y poco minutos, el film se parte y abandona a Lucas y su madre para centrarse en McGregor y sus retoños. Esta parte, menos intensa visualmente, es necesaria para contar la historia tal cual ocurrió, pero su división resulta muy poco cinematográfica, y narrativamente brusca. Lo cual no quiere decir que no tenga algunas escenas magníficas, como la ya mencionada llamada telefónica de McGregor, o la reunión final de este con todos sus hijos.
Algo de lo que se va a acusar mucho a este film es de su búsqueda de la lágrima, como si fuera algo malo que alguien llore viendo una película. Si bien es cierto que, como ya he mencionado, tanto Bayona como su guionista, en ocasiones se exceden buscando esa emoción, lo hacen de una forma menos manipuladora, más natural, que el Spielberg más maniqueo y sensiblero (por ejemplo en su último film, Caballo de batalla, que parecía una apuesta personal del director por hacer llorar al espectador durante dos horas y media). Pero qué demonios, sí, Lo imposible hace gala de recursos que recuerdan al mejor Spielberg, ya sea temáticamente (la mirada del niño ante el horror) o incluso formalmente (Lucas paseando por el hospital parece sacada directamente de El imperio del sol; el comienzo, con el avión llegando a la isla, con un plano que recuerda inmediatamente al de Jurassic Park). Puestos a ponerse semejanzas, que sean con el mejor.
En definitiva, Lo imposible, pese a sus imperfecciones y carencias narrativas, pese a alguna que otra discutible e innecesaria apuesta melodramática, es una película más espectacular que completa que sin embargo proporciona algunas de las imágenes y momentos más sobrecogedores de la historia del cine, que seguramente arrasará en los Goya (por más que me maraville la deliciosa sencillez y emotividad de Trueba y su El artista y la modelo), y acapare un buen puñado de nominaciones a los Oscar. Y todo con esa marca tan denostada y desvencijada que es hoy España y su cine. Eso. Eso sí que parecía imposible.
No estoy de acuerdo contigo cuando dices que Almodóvar no ha rodado en el extranjero será por algo. Juan Antonia Bayona y Alejandro Amenábar tienen mayor proyección internacional ya que su cine es más comercial, como gusta en América (un cine excepcional de todos modos). El cine de Almodóvar es más intimista y personal, busca el arte del cine y no el comercio. Y aun así, creo que es el director español más alabado por la crítica internacional, además de tener dos Oscar a la mejor película de habla no inglesa con “Todo sobre mi madre” y “Volver” y no la ganó con “Mujeres al borde de un ataque de nervios” porque compitió con “Pelle el Conquistador” que es una grandísima película.
En cuanto a la película, tanto la dirección como el montaje son simplemente espectaculares, dando a la película un realismo puro. La interpretación de los personajes, desde mi punto de vista, creo que es sobresaliente hace sentir al espectador lo que se busca desde un principio. Son de estos filmes que vale más la dirección que el guión, si duda.
Lo que menos me gustó de la película es la “americanización” de la familia. En ningún momento se hace entender que son españoles. Thomas en vez de Tomás, Enric en vez de Enrique, Saimon en vez de Simón…en fin, todos conocemos el egocentrismo americano, quizás si piensan que la familia no es americana no va nadie a verla al cine.
Otro detalle que no me gustó fue desvelar la historia de la familia antes del estreno, ya que por ejemplo, cuando fui a verla al cine ya conocía el desenlace de los hechos y eso creo que es un punto negativo.
Un saludo
El anterior comentario es mío, que lo he puesto sin estar registrado!
Hacía años que una película no me sorprendía tan gratamente, dejando de lado el haber podido crear una película centrada puramente en los efectos especiales en torno al Tsunami, han escogido otra variante más válida y elaborada, el centrarse en la historia “real” además de una familia procedente de nuestro país.
Estoy de acuerdo con jlopez sobre el hecho de que si no has leído previamente una sinopsis no sabes hasta el final de la película que la historia se ha basado en una familia española, pero ya sabemos lo que vende y no vende y creo que se debe más a una pura estrategia de marketing con sorpresa final.
La película sobrecoge desde el principio, te hace ponerte en el lugar de los personajes y continúa apelando al sentimiento de empatia humano que nos hace sufrir cuando vemos a otro ser humano en tan terribles condiciones.
Un gran fallo es el desvelar en el trailer que la madre de los niños no muere, por tanto, cuando aparece el quiebro en la película de su desaparición no crea ningún tipo de intriga ni duda de que haya podido fallecer, a veces me pregunto porqué cada vez los trailers desvelan partes tan importantes de los films.
Lo último a aportar en cuanto a la crítica leída es mi desacuerdo sobre el comentario de quién se acuerda ya de Ágora, puesto que según mi punto de vista y gente que acudió a verla en la gran pantalla, fue una de las películas que rompió el círculo vicioso de películas españolas que tan sólo trataban temas sociales cruentos como la prostitución, travestismo, drogas, etc., al que nos tiene tan y tan acostumbrados nuestro conocido Almódovar y que sorprendió con su trama y elaboración.